Por Faith Simon, FNP, proveedora médica pediátrica
La gran mayoría de los padres que llevan a sus hijos a sus citas médicas son conscientes de vacunarlos contra enfermedades prevenibles, pero algunos padres no quieren que sus hijos sean vacunados, porque quizá han oído un rumor sobre las vacunas, que les asusta.
Desde que las personas han vivido juntas en comunidad, los rumores y mitos han sido parte de la vida humana. Tendemos a creer en información que nos sorprende, desencadena nuestras ansiedades y, en su mayor parte, se alinea con nuestros prejuicios. Y dado que compartir información provocativa activa el centro de recompensa del cerebro, tiene sentido que los rumores se propaguen rápidamente. Es posible que haya escuchado el viejo proverbio en inglés: “Una mentira puede dar la vuelta al mundo mientras la verdad todavía se está poniendo los pantalones”. En la era digital, la desinformación se difunde más rápido que nunca. Pero las correcciones a la información errónea tardan mucho más en ponerse al día.
Una cosa que pone nerviosos a algunos padres acerca de las vacunas es que en la actualidad se ponen nuevas vacunas que ellos no recibieron cuando eran pequeños. Los padres pueden sentirse cómodos con las vacunas que les pusieron cuando ellos eran niños, pero se ponen nerviosos al aprobar tratamientos nuevos y desconocidos para sus hijos. Por ejemplo, algunos padres preguntan por qué es necesaria la vacuna contra la varicela. Porque a ellos les dio varicela cuando eran niños y estuvieron “bien”.
Las vacunas ayudan en la vida cotidiana
Es cierto que la mayoría de las personas sobreviven a la varicela, pero no “sin pagar un precio”. En el mejor de los casos, sus hijos contraen varicela y usted se queda sin trabajar durante un par de semanas (lo cual es costoso), mientras sus hijos se sienten bastante mal: cansados y con fiebre, con dolores de cabeza y un sarpullido que no pueden evitar rascarse, a veces hasta cuando están cicatrizando. En el peor de los casos, sus hijos contraen la varicela y se la contagian a su compañero de clase, quien la lleva a casa con su hermanito que tiene su sistema inmunodeprimido, y quien puede morir a causa de la infección.
La vacuna contra la varicela estuvo disponible en Estados Unidos en 1995. Según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, a principios de la década de 1990 más de 4 millones de personas contrajeron varicela, unas 13,000 fueron hospitalizadas y unas 125 murieron cada año.
Durante los primeros 25 años del programa de vacunación contra la varicela de Estados Unidos, la vacuna ha evitado aproximadamente 91 millones de casos, 238,000 hospitalizaciones y 2,000 muertes. En pocas palabras, la vacuna es segura y eficaz y salva vidas. En ocasiones, el beneficio para nuestros hijos es el segundo motivo más importante para vacunarlos. A veces, debemos pensar primero en los demás, aquellos para quienes una infección de varicela sería catastrófica.
El sistema inmunológico de los bebés está diseñado para tolerar las vacunas
Otra preocupación que escucho a veces es que si el sistema inmunológico de los bebés puede soportar tantas vacunas a la vez. Muchas investigaciones demuestran que los bebés son capaces de combatir una enorme cantidad de gérmenes. En teoría, un bebé con un sistema inmunológico normal podría recibir cientos de vacunas a la vez porque estas no son comparables a los virus para los que sus sistemas están diseñados.
La mayoría de las vacunas sólo incluyen pequeños fragmentos muertos de virus. Al exponer el sistema inmunológico a versiones debilitadas y de bajo nivel de una enfermedad, provocamos la creación de anticuerpos, de modo que cuando estamos expuestos a la enfermedad, podemos combatirla de manera más efectiva. Innumerables estudios demuestran que cuando los niños están vacunados, tienen mejores resultados contra las enfermedades.
Las vacunas son víctimas de su propio éxito
Para aquellos de nosotros que tenemos la edad suficiente para haber visto los efectos de la polio, el sarampión y otras enfermedades infantiles, o para aquellos que hemos viajado a países en desarrollo donde estas enfermedades continúan causando estragos, es difícil entender por qué no todas las personas vacunan a sus hijos.
Yo crecí cuando era muy común ver que las personas quedaran parcialmente paralizadas después de tener polio. Mucha gente caminaba con aparatos ortopédicos o muletas. También trabajé en África, donde las salas de los hospitales a veces estaban llenas de niños que morían de sarampión. Los que no murieron a menudo quedaron sordos, ciegos o con daños cerebrales muy graves. Esta enfermedad debería asustar a cualquier persona. A mí me asusta. Cuando ocurren brotes repetidos (incluso en este país), me destroza el corazón al ver este sufrimiento innecesario.
Si más personas vieran –de cerca y personalmente– los estragos del sarampión, las paperas, la rubéola, la meningitis, la polio, la hepatitis y otras enfermedades prevenibles, probablemente serían cuestionarían sobre los rumores sin fundamento. Lamentablemente, en cambio, conozco algunos padres que no quieren que se le pongan vacunas a sus hijos porque creen ellos que saben más que todas décadas de investigación científica que se han hecho en referencia a esto.
Cuando alguien le diga que hay algo tóxico en las vacunas, antes de desechar la idea de vacunar a su hijo, primero compruébelo. Por ejemplo, la mamá de uno de mis pacientes estaba muy molesta porque descubrió que había “aluminio en las vacunas”. La sal de aluminio ayuda a estimular la respuesta del cuerpo a la vacuna. Hay más sal de aluminio en la leche materna que en las vacunas. También se encuentra en el agua potable, la leche de fórmula para bebé y algunos productos sanitarios como los antiácidos, la aspirina y los antitranspirantes.
La Administración de Alimentos y Medicamentos exige un proceso riguroso antes de aprobar las vacunas. Nada está exento de riesgos, pero las vacunas aprobadas por la FDA son seguras y eficaces. Las reacciones a las vacunas son escasas y casi siempre menores cuando ocurren.
Necesitamos cuidar de nuestros hijos y de toda nuestra comunidad. Cuando vacunamos a quienes son lo suficientemente fuertes para ser vacunados, obtenemos inmunidad colectiva. Protegemos tanto a las personas saludables así como a las más vulnerables.